por Judson Poling
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Discierna el corazón de una pregunta antes de responder Uno de mis colegas me contó la historia de un profesor que había tenido. Este era un hombre brillante cuyo padre no había podido suplir las necesidades de su familia. De niño, este profesor escuchaba a sus parientes discutir acerca de quién tendría la responsabilidad de criarlo y en medio de esos pugilatos, invadido por sentimientos de rechazo y abandono, el pequeño se refugiaba en su habitación. Ahí encontraba paz y alivio en los libros. Cuando estudió el cristianismo, su respuesta inicial a esas ideas fue formular preguntas escépticas. No ha sido la única persona cuyo intelectualismo ha venido a ser una máscara para el dolor, y más que la necesidad de que le corrigieran las preguntas, requería que le sanaran el corazón. Ese niño brillante eventualmente experimentó la sanidad en Cristo y hoy imparte cursos en seminarios. Al estar en contacto con muchas personas curiosas, llenas de preguntas sobre asuntos espirituales, he descubierto que ese interés generalmente surge por el sentimiento de que en sus vidas hay algo que no funciona como debería. Por tanto, sus interrogantes son más bien motivadas por la inseguridad, el temor o el dolor y en realidad, esas personas buscan alivio, no solo información. La mayoría de las consultas exteriorizan la presencia de otras inquietudes más profundas, por eso una respuesta fácil y enlatada no aplacará las luchas internas del individuo. ¡Nadie quiere que le den una respuesta de dos centavos para la pregunta del millón de dólares!, ¡y mucho menos si está relacionada con una decisión por Cristo! Detrás de cada incógnita existe una persona; por eso, lo que realmente debemos hacer es discernir a ese ser para luego ministrarlo. ¿Qué piensa usted? Gracias a las Escrituras logré replantearme la forma de contestar las preguntas hechas por personas inquiridoras. Descubrí que cuando el hijo de Dios caminó por esta tierra, la gente se le acercó con sus dilemas, dudas e interrogatorios y Él siempre tuvo a su disposición todas las respuestas, aunque muchas veces, contestó las inquietudes con nuevas preguntas. En Lucas 10.25–26, un experto en la ley se puso de pie para poner a prueba a Jesús. «Maestro —le dijo—, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?». Jesús no respondió la pregunta. En lugar de esto, le lanzó una pregunta: «¿Qué dice la ley?», «¿qué lees tú en ella?». También, vemos como en Mateo 18.21 Jesús preguntó: «¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y se descarría una de ellas, ¿no deja las noventa y nueve y va por los montes a buscar la que se había descarriado?» y una vez más, ¡el corazón de su parábola estaba inmerso en esas únicas dos preguntas! Además, en Mateo 22.41–46, Jesús presentó a los fariseos un pequeño estudio sobre el capítulo 110 del libro de los Salmos: «¿Qué pensáis del Cristo?, ¿de quién es hijo?» Motivado por esta conversación, Jesús logró concluir su plática con la afirmación de que el Cristo sería más que un hijo terrenal de David: sería también el Hijo de Dios. Entonces, se nota fácilmente que la respuesta de Jesús esta vez, consistió en la cita de un versículo y en la elaboración de cuatro preguntas. Por lo general, Él no respondía a la pregunta, sino a la persona que estaba detrás de cada consulta. En cierta ocasión, un profesor universitario conversaba con una estudiante que manifestaba una absoluta incredulidad en Dios. Sin embargo el profesor, en lugar de discutir, le consultó: «¿Cómo es este dios, este dios en el cual no crees?». La estudiante se refirió a un dios vengativo, que buscaba castigarla cada vez que hacía lo malo. Al haber formulado una pregunta perceptiva, el profesor pudo sacar a la luz los temores de fondo que llevaban a esta chica a dudar. Ella en realidad, estaba buscando alivio de la condenación y hasta ese momento, el único alivio que conocía era el afirmar la inexistencia de Dios. «Pues yo tampoco creo en ese dios», —dijo el profesor. «Déjame contarte acerca del Dios en el cual sí creo, el Dios de Jesucristo.» ¿Qué preguntar? En mi opinión, varias preguntas específicas son eficaces para llegar al fondo de la verdadera cuestión. Por ejemplo, cuando alguien me hace una pregunta, casi siempre contesto de la siguiente manera: «esa es una pregunta interesante, ¿qué piensa usted?» Lo hago así porque este es el método empleado por Jesús cuando señaló las frases: «¿Qué dice la ley?, ¿qué lees tú en ella?»; de esta forma tengo una oportunidad para entender a la persona y manifestarle además de mi disposición por darle una respuesta «correcta» que tengo interés legítimo por ella. Si se demuestra interés por quien(es) pregunta(n), se puede desarrollar un ministerio muy importante para la iglesia. También he lanzado la siguiente interrogante: «¿cuál situación en su vida lo lleva a formularme esa pregunta?» Kathy ya había conocido el cristianismo. Su marido, Jaime, había sido criado en un hogar judío secular y cuando ambos se conocieron, tenían muchas preguntas incisivas acerca de Dios, el cristianismo y la fe. Jaime por su parte, era un hombre amante de la lógica y por ese motivo, buscaba evidencias para las afirmaciones del cristianismo. En mi interior yo pensaba: «¿cómo puedo contestar las preguntas escépticas e incluso, antagónicas de este hombre?», «¿realmente busca más información? y , ¿por qué hace esas preguntas?». Podría haber pasado toda la velada perdido con este hombre en las diferentes razones teológicas, mas en lugar de esto, traté de extraer la situación que les llevaba a formular esta pregunta. En ese momento descubrí que la pareja tenía dudas acerca de la manera de criar a sus hijos. Ignoraba si debían criarlos como cristianos, judíos, ateos o mezclar cada religión. De esta forma, una vez conocido el tema central de las dudas, fue posible conducir la conversación hacia la cooperación, en lugar de entablar un fuerte debate teológico. A veces, no obstante, las preguntas y pensamientos de una persona deben ser confrontados. Por ejemplo, muchas personas hoy en día luchan con la afirmación hecha por Jesús, en la cual señala que él es el camino, la verdad y la vida. «Nadie viene al Padre, sino por mí.» (Juan 14.6) ; se cuestionan si realmente Jesús señalaba que él era el único camino, pues consideran esta afirmación un tanto radical. «Si yo le dijera que él realmente quiso decir exactamente eso, —les contesto—, ¿usted descartaría la posibilidad de que sea verdad? ¿Por qué no está dispuesto a aceptar esa posibilidad?» Tales preguntas los obligan a enfrentarse a su escepticismo. Por lo general, lo que mantiene alejadas de la fe a las personas son las consecuencias, ya que son conscientes de que si aceptan todas las verdades del cristianismo deben dejar sus antiguas costumbres de vida. Por esa razón ridiculizan el evangelio. Siempre que puedan dejar a Dios como un tonto y a Cristo como menos que divino, podrán seguir con su estilo de vida no santificada. En realidad, muchas «dudas» tienen poco que ver con la teología y mucho que ver con la moral. Una vez que hemos traído a la luz una objeción, esta puede ser tratada con compasión y llevada adelante con la verdad, pues el deseo de Dios no es pisotear a los que le sirven, sino bendecirnos. Nueve preguntas que conducen a respuestas Quienes buscan respuestas rara vez son conscientes de la razón por la cual dudan o se resisten al evangelio. Por esa razón, cuando hacen preguntas de carácter espiritual, usted puede contestarles con algunas de estas preguntas incisivas.
Usado con permiso, de Leadership Journal, Vol. XXIII. 4, Octubre 2002. Traducico y adaptado por DesarrolloCristiano.com, todos los derechos reservados. |
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