Texto Bíblico: Lucas 1.26-38
El anuncio del ángel a María produce en ella confusión: «¿Cómo será esto, puesto que soy virgen?» Su pregunta, muy similar a la de Zacarías, no aparenta que su origen sea falta de fe, pues el ángel no la reprende. Más bien, le proporciona algunos detalles adicionales: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso lo santo que nacerá será llamado Hijo de Dios».
Creo que una de las razones por las que el Señor muchas veces no ofrece explicaciones es porque estas solamente despertarán en nosotros nuevas preguntas. No podemos escapar del hecho de que la palabra de Dios desconcierta y perturba. Sus propuestas producen una franca incomodidad en nosotros porque sus proyectos se salen por completo de lo que consideramos natural o apropiado. Muchos años antes de este incidente el profeta Isaías había declarado de parte del Señor: «mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos» (55.8).
Sus propuestas producen una franca incomodidad en nosotros porque sus proyectos se salen por completo de lo que consideramos natural.La declaración descarta por completo la posibilidad de que la forma en que procede el Señor no es más que una versión perfeccionada de las mejores intenciones de los hombres. Sus caminos no guardan ninguna similitud con los nuestros, a pesar de que con frecuencia el dios que mostramos al mundo pareciera andar por los mismos caminos que nosotros. Nuestro enojo es también su enojo y desaprueba a las mismas personas que nosotros desaprobamos. Tiene un corazón igual de mezquino y miserable que los hombres y dedica la mayoría de sus esfuerzos a trabajar para el beneficio de unos pocos.
El Dios que envía al ángel Gabriel no es ese dios. Su obrar se sale por completo de todo lo que conocemos o podamos imaginar siquiera. No entendemos qué es lo que ve en nosotros, ni tampoco por qué escogió acercase para invitarnos a caminar con él. Acostumbrados a movernos en una cultura que exige una explicación lógica y razonable para todas nuestras actividades, nos descoloca encontrarnos frente a un Dios que descarta por completo los sistemas que tanta seguridad nos proveen.
Un embarazo por obra del Espíritu Santo sigue siendo tan increíble hoy como lo debe de haber sido para María hace dos mil años. El principio que rige el accionar del Altísimo, sin embargo, es el mismo para toda la eternidad: «ninguna cosa será imposible para Dios». El hombre sabio y la mujer entendida saben que el Señor no puede ser contenido ni explicado por los más sofisticados procesos de razonamiento disponibles al ser humano. Por esto, no descarta nunca la posibilidad de ser sorprendido por su accionar. Una y otra vez descubrirá que él rompe por completo las leyes naturales que gobiernan y limitan la actividad de los que habitamos este planeta.
Entregarse a él no es una invitación a no pensar, sino a entender que nuestros pensamientos son extremadamente limitados a la hora de entender su proceder. Vivir por fe no es creer que él lo puede hacer todo, sino saber que cuando Dios escoge ponerse en marcha no existe situación alguna que pueda constituirse en un obstáculo para su obrar.
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